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Los nuevos leviatanes

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«Los Estados del siglo XXI se están convirtiendo en leviatanes», dice John Gray al inicio su último libro, Los nuevos leviatanes, traducido por Albino Santos Mosquera y editado por Sexto Piso. Al giro liberal del este, que rechaza tanto el comunismo como el libre mercado, se añade el talante represivo del oeste, que excluye puntos de vista y exige ortodoxia en un número cada vez mayor de cuestiones. La vigilancia policial en occidente la ejercen, a juicio de Gray, las instituciones culturales.

Para libertarios, minarquistas y demás enemigos del Leviatán, la frase de marras es la enésima constatación de sus intuiciones. Pero Gray, experto en dar una de cal y otra de arena, afirma a renglón seguido algo que los pilla a pie cambiado: si los Estados se obstinan en vigilar y controlar más espacios de la vida, es, precisamente, para asegurar la libertad individual, que no es sino el gran fetiche occidental. ¡Ahí queda esa paradoja!

«Gray siempre ha tenido pericia para abrir melones antes de que estén maduros y, aunque en ocasiones defendió ideas más o menos cuestionables (por ejemplo, su asunción de Hobbes como autor liberal), es siempre sugerente»

La cuestión podría remontarse, si nos empeñamos, a los inicios de la Modernidad: cuando más se amplía la esfera de la autonomía, más engorda el Estado, que al mismo tiempo asegura su robustez, liberando las formas de relación tradicionales. Sobran ejemplos posteriores. ¿Hace falta recordar que el laissez faire no brotó de forma espontánea, sino que fue una imposición estatal llevada a cabo meticulosa y deliberadamente? Recuérdese a Polanyi: el mismo Estado que abolía los gremios y los cercamientos imponía las granjas mecanizadas. ¿Será cierto, en consecuencia, que el Estado expande el individualismo?

Sabemos por autores como Nisbet que a la atomización suele seguir el estatismo. Primero se fomenta la abolición de las normas culturales (costumbres, comunidad) y luego, cuando el individuo queda desarraigado ante un mercado omnipresente, el Estado paternalista le ofrece su protección. ¡El caramelo envenenado! A falta de redes familiares, psicólogos de la pública y ordenanzas que expiden formularios. Es el mecanismo que advirtiese Tocqueville hace casi dos siglos: el individuo se alegra de ser independiente, pero también sabe que nada puede esperar de sus conciudadanos… Y, entonces, «vuelve sus ojos naturalmente hacia esa enorme entidad que es la única que se alza entre tanta degradación universal».

La fórmula es sencilla: cuantas más libertades tenga el individuo, mayor habrá de ser la estructura que las garantías. De manera que la hipertrofia estatalista no es contraria a la revolución liberal, sino consecuencia de ella. Así lo interpretaba Hegel, para quien el fervor de la voluntad individual sólo puede expandirse de forma paralela al armazón racional de las instituciones estatales. Sin los límites que marca el Leviatán, no hay libertad efectiva del individuo.

Yerran aquellos que luchan contra el estatismo abanderando el individualismo. Pretender derrocar al viejo Leviatán esgrimiendo la libre voluntad individual, es tan solo una forma de invocar al más frío de los monstruos, que —Nietzsche dixit— tanto gusta de calentarse al sol de las buenas conciencias…

Valga la digresión a cuento del libro de Gray. Este es uno de los muchos frentes que abre Los nuevos leviatanes, magnífico ensayo por cuyas páginas desfilan Beckett, Koestler, Alekséi Leontiev y Sabine Spielrein, entre otros. Gray siempre ha tenido pericia para abrir melones antes de que estén maduros y, aunque en ocasiones defendió ideas más o menos cuestionables (por ejemplo, su asunción de Hobbes como autor liberal), es siempre sugerente.


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